No sé como expresar todo lo que he sentido leyendo esta auténtica maravilla, pero no me puedo resistir al vértigo de intentarlo.
Veamos,
yo conocía al Lee Bermejo dibujante por la impactante novela gráfica
Joker escrita por el inmenso Brian Azzarello (una brutal narración en la
que el mítico enemigo de Batman reconstruye su imperio criminal desde
cero al salir de la cárcel y que haría las delicias de Martin Scorsese).
Pero es que esta historia es única y exclusivamente él. Guión y dibujo.
Y, después de estar siguiéndola mes tras mes a lo largo de seis
impactantes capítulos, no me queda más remedio que rendirme a los pies
de un talento tan arrebatador que mi bola de cristal agrietada lo
anuncia como una especie de mesías en el mundo de los cómics. Y si no es
así querrá decir que los lectores de viñetas están tan ciegos y
enclaustrados en el género de los superhéroes (el rey habitual de las
historietas) que ya no pueden discernir lo que es el arte en estado
puro.
El argumento no difiere mucho de todo lo que nos ha
enseñado la ciencia-ficción de tintes apocalípticos. Hace 30 años un
tsunami bautizado como El Grande arrasó, según las breves pistas que nos
dan, la ciudad de Los Ángeles. Y, para evitar la afluencia de
refugiados, se construyó una gran muralla alrededor de lo que, pienso,
es Hollywood. Dentro están los privilegiados, seres tan felices como
vacíos habitando en una sociedad tan lobotomizada que cualquiera que no
haya pasado por las manos de un cirujano plástico es la peor escoria de
este mundo en el que parece que sólo existe esta ciudad, ahora
"república" independiente.
El asunto es que este tipo de
ingredientes en la narración simplemente quedan en el aire, como una
segunda lectura. Y eso es parte de lo que hace de esta historia algo
grandioso.
El deporte nacional es una especie de juego mortal
de gladiadores que es lo que da título a la narración. Los Suiciders
combaten a muerte y siempre hay un campeón que es el gran dios de todos
los habitantes de Nuevo Ángeles. Los ciudadanos de esa meca de la
superficialidad odian a todos los sucios seres que malviven al otro lado
de la muralla y es completamente legal que los guardas de seguridad
(impagables esos diálogos que mantienen y que cualquier feminista
condenaría), disparen a cualquiera que trate de cruzar. Y hay un tipo
que se llama Fix, del que nunca veremos el rostro, que cobra por llevar
al otro lado, a través de un laberinto de alcantarillas, a quien no
puede resistir la miseria de un mundo podrido.
Y realmente no
sé si es culpa de mi rara sensibilidad o del autor, pero lo cierto es
que, tanto en la primera vez que lo leí, capítulo a mes, o cuando lo
releí entero, se me ha quedado una especie de resquemor en las tripas,
como un cadáver flotando en mi interior o una mala sombra navegando por
el interior de los huesos. Y eso, eso es exactamente, lo que busco en lo
que se llama arte.
Muy claro lo tengo; cada vez que encuentre algo con la firma de Lee Bermejo lo quiero.
Un
tipo que apenas sabe hablar inglés llega a Ángeles Perdido (la miseria
al otro lado de la gran muralla), algo oculta, un dolor que se refleja
en su mirada, es una perfecta maquinaria de combate y eso hace que se
fije en él el mafioso local. Paralelamente seguimos la vida del campeón
en el juego de Suiciders de Nuevo Ángeles. Hay muchos puntos en común
que nos inquietan y nos hacen pensar en cientos de cosas. Y no voy a
decir mucho más porque hablo de una historia tan bien estructurada que
casi da miedo la precisión que posée Lee Bermejo para narrar de una
forma que a muy pocos se le hubieran ocurrido. Vamos, lo que se llama
rizar el rizo.
He tratado de hablar sobre esa forma tan
especial de narrar desde un guión perfecto. Ahora hay algo que quiero
decir muy en serio. Lee Bermejo es uno de los dibujantes más impactantes
que he tenido el placer de absorver con mis puñeteros ojos. Es crudo y
real. Es casi perfecto. Sus viñetas te escupen en la cara como un
látigo. Estamos hablando de un dibujante cuasi realista pero con un
nervio que enciende hogueras. En los 80 la peña flipaba con Vicente
Segrelles, su Mercenario y su hiper-realidad de aerógrafo, pero eso no
era un cómic, eran cuadros en forma de viñetas. La dinámica y el
lenguaje del cómic es otra cosa muy distinta. Y Lee Bermejo lo sabe a
pesar de su juventud. Cada viñeta es un fotograma que te tiene que
golpear. Un cómic tiene que estar vivo y explotar como un volcán. Y a
eso también contribuye Matt Hollingsworth, el colorista, remarcando la
diferencia entre esos dos mundos. Colores apesadumbrados y metálicos
para la narración ubicada tras los muros de una sociedad no muy
diferente a la que vivimos en la actualidad. Y una luz tan ocre como
luminosa para la miseria del otro lado.
Y me cuesta dejar
de escribir sobre esta historia... Y, aunque no la vuelva a leer más, me
será difícil olvidar la mirada del protagonista. Y eso no es señal de
la técnica de Lee, sino de su sensibilidad.
Por Crom, tengo
que confesar que me ha costado mucho escribir esto y borrar frases en
donde me iba por las ramas del árbol que sostiene todas las historias de
la humanidad. Pero es que casi me asusta y me entusiasma a partes
iguales el privilegio de vivir esta época. De nadar, de sumergirme, de
estremecerme, de ver como late el sol, de sentir la influencia de la
luna. Y, de paso, ver que más grandezas nos depara gente enorme como Lee
Bermejo.
Ayer, alguien muy querido me llamaba Abisinio.
Vale, bien, no lo puedo evitar; necesito y quiero vibraciones. Mil
gracias a las telarañas, a los crepúsculos, a los días y noches sin fin y
a la imaginación. Y, por descontado, mil gracias a seres de otro mundo
como Lee Bermejo.
Un hombre perdido que trata de ocultar un dolor por algo que desconocemos en la lucha. Una mujer que debería estar rota por todo lo que la vida le ha disparado a bocajarro y que, sin embargo, es toda luz. Un pequeño bastardo que se redime ayudando a alguien con el que se identifica en cierta manera o puede que lo haga egoístamente. Un periodista cobarde que tiene en sus manos la información necesaria para que todo un sistema se venga abajo. Hilos de marioneta, manipulación, corporaciones que todo lo controlan... Y esos golpes en la arena... Y toda esa sangre vertida... Y ese hastío de un campeón rodeado de todo lo que cualquier ser podría desear...
Y podría estar escribiendo sobre este
cómic durante tres generaciones, pero dejaré que un pequeño puñado de
páginas hablen por si solas.