miércoles, 13 de abril de 2016

El día en que nos encontremos devoraré tus ojos como un cuervo.

Se la encontró en el lindero del bosque, justo en esa zona asombrada donde las ramas acarician la orilla del rio. Un pájaro extraño temblaba empapado por las gotas de rocío y un lagarto se deslizaba sobre una roca cubierta por el musgo de la vida. Sonaba un latido como de escarcha; un rumor de siglos que surgía de la tierra; una pulsación de hojas caídas y de telarañas como cuerdas de un arpa.
Y allí estaba ella, con su cabello danzando en el fulgor cristalino de las aguas. Parecía tan pura y resplandeciente que no pudo evitar el acercar su mano a la piel de su rostro. Estaba fría, tan helada como un despertar tras una pesadilla. Una lágrima casi metálica que arañaba. Olfateó su cuerpo muerto y grabó en su interior el olor del bastardo que había segado los sueños de aquel ser inocente.
A partir de ese día persiguió su rastro durante años, obsesionado por una sed de venganza que ardía como fuego en sus entrañas. Recorrió montañas, desfiladeros impracticables, torrentes de mar que helaban la sangre en las venas, pueblos habitados por hombres vestidos de miseria y rencor por vidas malgastadas.
Y, al fin, al termino de una estación, no sabía si invierno u otoño, franqueó la puerta de una vieja posada construida con madera que olía a esqueletos de peces muertos. Sus sentidos le hicieron encaminarse a una mesa situada al fondo del local donde las sombras reinaban. Un hombre maltrecho bebía un líquido oscuro de una sucia jarra. Se sentó ante él crujiendo sus huesos por el cansancio de una búsqueda casi eterna y de su inútil garganta se deslizó una especie de plegaria.
-Hace mucho tiempo que te busco. Un maldito día me arrebataste lo más preciado que tenía en este mundo. Quiero que salgas afuera, a la nieve que cae, para hacer contigo lo mismo que le hiciste a mi hija hace muchos años.
El hombre maltrecho le miró con ojos cansados y respondió: Te esperaba, estoy preparado.