Esta tarde, justo en el
momento culminante de un asesinato, me ha venido a la cabeza que, uno de
los actos de amor más grandes que alguien haya hecho alguna vez por mí
(o al menos yo lo he valorado así, pues al final dan igual los diamantes
y los palacios resplandecientes y lo que permanece son los pequeños
momentos que nos hacen sentir bien), fue no hace mucho, cuando cojeaba
cual lisiado de guerra por culpa de mucho currar y mucha fiesta sobre
mis pies. Exactamente en el último festival de Cans.
A mi lado
estaba una especie de topilla mutante que me dijo dos cosas: "¿Qué
número de pie calzas"? y "No te muevas de aquí que vuelvo ahora mismo".(Una maraña enredada de cuentos, música, libros, cómics y algún que otro esqueleto)
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domingo, 12 de julio de 2015
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Cosas que anidan en los huesos
viernes, 10 de julio de 2015
El mar hacia dentro.
Rodolfo Cachemiro se sentía indispuesto. Realmente no sabía si era
debido a que su mujer estaba dentro de la nevera, convertida en carne
picada, o a que su perro había regresado a casa con un ojo de más. La
cuestión es que sentía como sus huesos iban asomando al exterior y su
piel retrocedía rellenando ese espacio hueco. Se estaba convirtiendo en
un hombre vuelto del revés.
Caminaba hacia atrás; se alimentaba de fuera hacia dentro; sus insultos se volvían contra si mismo; los vinilos giraban en sentido contrario en su gramófono de madera; comenzaba los libros desde el último capítulo; trataba a los niños como si fuesen adultos y a los mayores como si fuesen infantes; salía por las ventanas y entraba sin haber salido...
Y, un buen día, un portero de un local nocturno le dijo: muchacho, a ti no te voy a dejar entrar pero si salir.
Entonces se perdió por las calles sembradas de adoquines y maravillas hasta llegar a donde el mar percute con un rumor como de pulmones sordos y musicales. Se hundió en las aguas, o eso fue lo que él creyó. Lo cierto es que las aguas se habían hundido en él. Las aguas y una simple molécula de un prestamista ahogado cientos de años atrás que, a partir de ese día, compuso una canción, sólo para él, que se transformaba a cada despertar pero su letra era siempre la misma: No tienes edad, nunca la tendrás. Vuelves a las raíces y siempre serás un niño a medio hacer... Un humano a medio hacer... Es la única filosofía: Aprender.
Caminaba hacia atrás; se alimentaba de fuera hacia dentro; sus insultos se volvían contra si mismo; los vinilos giraban en sentido contrario en su gramófono de madera; comenzaba los libros desde el último capítulo; trataba a los niños como si fuesen adultos y a los mayores como si fuesen infantes; salía por las ventanas y entraba sin haber salido...
Y, un buen día, un portero de un local nocturno le dijo: muchacho, a ti no te voy a dejar entrar pero si salir.
Entonces se perdió por las calles sembradas de adoquines y maravillas hasta llegar a donde el mar percute con un rumor como de pulmones sordos y musicales. Se hundió en las aguas, o eso fue lo que él creyó. Lo cierto es que las aguas se habían hundido en él. Las aguas y una simple molécula de un prestamista ahogado cientos de años atrás que, a partir de ese día, compuso una canción, sólo para él, que se transformaba a cada despertar pero su letra era siempre la misma: No tienes edad, nunca la tendrás. Vuelves a las raíces y siempre serás un niño a medio hacer... Un humano a medio hacer... Es la única filosofía: Aprender.
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